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Esta semana me sucedieron dos cosas, que aunque insignificantes, son muy importantes. Esos eventos despertaron mi interés y alertas. Me pregunté: si esto sucede con pequeñas cosas, ¿estará pasando con grandes cosas? Si eso es así… grave, grave.

Como alguno de ustedes saben, desde hace algunos meses estoy haciendo vida en la ciudad de Chicago compartiéndola con mi hermosa y querida ciudad de Caracas. Resulta ser que en Chicago hay un local de compras a precios muy interesantes que es solo para personas que tienen membresía. Es decir, que tienen carnet.

Las primeras visitas que realizamos a hacer compras siempre fueron acompañados de amigos que si disponían del carnet y algunas veces usando el carnet de ellos. Recién llegados a la ciudad preguntamos que se requería para tener uno y entendimos que no aplicábamos en ese momento.

Lo curioso del asunto es que nos acostumbramos a ir a hacer compras con los amigos o con los carnets de ellos. Ultimamente, para no molestarlos más, dejamos de ir.

Pasa el tiempo y hace unos días me detuve a hacerme la pregunta… ¿Por qué no tengo mi carnet? ¿Quién me ha dicho que no puedo? y de inmediato fuimos hasta el local a afiliarnos y a los 15 minutos ya teníamos nuestro carnet…. Sabes lo que me dije a mi mismo: “que pendejo he sido”.

Ayer por la tarde, conversando con mi hija, me dice que se imaginaba a nuestra amiga brasileña gorda y se llevó la sorpresa que es una mujer delgada cuando por fin la conoció hacía un rato. Mi pregunta fue obvia e inmediata: ¿por qué te la imaginaste gorda? es que ustedes hablan de ella como una persona muy simpática y agradable, y así son las gordas -replicó ella.

¡Oh sorpresa! A veces se nos meten unas cosas en la cabeza y desde allí vemos, sin tener conciencia. Y si no nos detenemos intencionalmente a mirar la forma como miramos, podemos estar teniendo los lentes equivocados.

Estas dos historias insignificantes tal vez, sucedieron en el lapso de unos pocos días de diferencia. Y anoche, en mi charla de los miércoles las traje a mención a propósito del tema que tratamos “Purga y desinfecta los pensamientos de miseria y pobreza que hay en tu cabeza”.

Todos estamos gobernados por modelos mentales y paradigmas que filtran nuestra relación con el entorno. Por lo general vemos lo que queremos ver e interpretamos la realidad a nuestra conveniencia e intereses. Muy pocas veces hacemos STOP y paramos a limpiar los lentes para preguntarnos si estaremos en lo correcto.

Hemos vivido con cualquier cantidad de mensajes que forman parte de la cultura popular que ya ni los cuestionamos por pertenecer al colectivo y los damos por ciertos. Un ejemplo es ese refrán popular que dice “más vale pájaro en mano que cien volando”. Con todo el respeto a quién lo usa, este refrán yo me he prometido no usarlo MAS NUNCA. Me parece lo más mediocre y conformista que hay. Nadie me escuchará diciéndolo y mucho menos practicando lo que su mensaje encierra. Al contrario, he ido sustituyéndolo por una forma más útil a mi entender: “prefiero noventa y nueve oportunidades volando que una en la mano”.

Y así sucede con muchos mensajes que hemos recibido a lo largo de la vida, etiquetas que nos ponen o nos ponemos, etiquetas que le ponemos a otros, etc, que van conformando nuestro sistema de creencias.

Quería compartir contigo en este escrito porque me sorprendo de la cantidad de supuestos en los que andamos y en la cantidad de certezas que construimos. Y es muy lamentable porque se nos cierran posibilidades al querer tener la razón y al dejar de lado la duda, la indagación y los «tal vez».

«Maldita certeza, bendito tal vez» le escuché decir a mi amiga Raixa en una ocasión. No lo he podido olvidar.

Y desde el liderazgo que queremos desarrollar en cada uno de nosotros, si bien es cierto que se espera que seas una persona decidida y firme, también es importante que inspires la seguridad de estar permanentemente revisando si tus visiones son las correctas y no simple actos de terquedad y soberbia que te llevan a hacer afirmaciones como «es así», «yo se lo que digo», «no hay lugar a dudas». Puede ser que así inspires seguridad y confianza en el momento, pero te puede llevar por caminos cerrados que no son sino equivocaciones.

Equivocaciones como que «las personas simpáticas y agradables son gordas» o «no aplico para tener carnet».

Cuéntame… ¿eres de los que te gusta tener siempre  la razón?

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