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Me han pasado tantas cosas últimamente que me han obligado a detenerme y reflexionar.

Te lo voy a contar en el orden en que fueron apareciendo los sucesos.

A finales de octubre pasado me lesioné el tobillo izquierdo mientras hacía una caminata de montaña. Llevaba varios días subiendo cerro para entrenar junto a un querido grupo de amigos. Por estar algo resbaloso el camino empinado de descenso gracias a una reciente lluvia, perdí el paso y me resbalé, cayendo mi pesado cuerpo sobre el pie. El resultado: un esguince muscular que llevó a una inflamación importante. Los médicos me dieron reposo absoluto.

No lo cumplí al detalle. El día siguiente comenzaba un Programa intensivo de Liderazgo e Influencia y no podía suspenderlo. Venían personas de todo el país a recibir el entrenamiento conmigo, afortunadamente estaba bien acompañado por mi equipo de trabajo y tanto Elizabeth como Marilyn sacaron todo su talento para permitir que yo reposara un poco.

Pero mi impaciencia deseosa de controlar que todo saliera bien, me llevaba a estar metido en todo. Mi pie se estaba quejando y yo no lo escuchaba.

Al terminar el evento salí en avión a Nueva York a dos semanas de trabajo que ya estaban contratadas y tuve que ejecutarlas sentado y con el tobillo en alto. Aquí Elizabeth de nuevo se remontó y llenó los vacíos que inevitablemente yo dejaba ¡Estaba lisiado!

Al terminar Nueva York salí hacia España a visitar a mis hijos que viven en Barcelona y en La Coruña y a mi hermano en Tenerife. Mi tobillo dolía pero no podía detenerme. Salía a caminar con ellos usando un paraguas como bastón y acelerando el paso para disfrutar de los paseos.

Me molestaba que me doliera. Quería aprovechar cada instante con ellos y disfrutar de las calles y atractivos. Hasta que una noche, en Barcelona me rendí. No pude caminar mas… me dolía. Eran las 11 PM y me bajé del metro para caminar las tres cuadras que me llevarían a la casa. Caminé muy despacio y con mucho dolor. Si hubiera pasado un taxi lo tomaba, pero no. Seguí caminando y me llamó la atención todo lo que había a mi alrededor que no había visto. Los carros estacionados, las viviendas que apagaban sus luces, las parejas de enamorados en los parques, unos adolescentes que fumaban y parecía que lo hacían a escondidas, la limpieza de la calle y muchas cosas más.

Entendí que el dolor de mi tobillo me invitaba a caminar lentamente, entendí que por estar apurado no estoy viendo lo que pasa a mi alrededor.

Luego en diciembre me voy de vacaciones y el vehículo empieza a fallar de temperatura, si aceleraba se recalentaba, decidí avanzar muy despacio para evitar el calentamiento. En esas condiciones no podía llegar al destino de 6 horas de distancia. Me desvié en el camino para buscar otro vehículo. En ese trayecto en que andaba despacio pude observar un paisaje que siempre ha estado ahí pero que nunca lo contemplé por estar acelerado. A los días inicio de nuevo el viaje de vacaciones en otro vehículo y a las dos horas de trayecto empieza a fallar la caja de velocidades. Ni modo, tuve que devolverme muy despacio para no montarlo en una grúa.

Pues al parecer todo estaba gritando que no vaya a ningún lado. Que me regresara y me quedara tranquilo, que reposara, que descansara, que me detuviera. ¡Detente Eduardo, detente! Y así tuve que hacerlo. Pasé las navidades dedicado a mi tobillo y sin hacer nada importante (Fíjate lo que acabo de decir “sin hacer nada importante” solo por el hecho de no estar corriendo, sin embargo si fue importante dedicarme a descansar, a cuidar el tobillo, mi salud, las relaciones y la familia.).

Tenían que pasarme tantas cosas para entender el verdadero llamado que me gritaba DE-TENTE. Y si te das cuenta lo que significa la palabra es tenerte a ti, estar contigo, parar y tenerte, consentirte. Allí, y gracias a esas adversidades miré lo acelerado que ando y si hubiera caminado en la montaña con conciencia de cada paso no me hubiera lesionado.

Inicio este nuevo año con el propósito de andar despacio, contemplando mas lo que hay a mi alrededor y expresar el afecto a las personas que me rodean y que a veces ignoro porque no tengo tiempo, porque estoy apurado.

La felicidad no es un destino, la felicidad es el camino y la actitud con que lo recorres, dicen por ahí. Siempre lo he sabido, hoy lo entiendo.

Quiero cerrar este escrito con una breve lectura extraída de la cinta musical de la película “Hermano Sol, Hermana Luna” que narra la vida de San Francisco de Asís.

Tómate tu tiempo, ve lentamente.

Haz pocas cosas, pero hazlas bien.

Los gozos simples son sagrados.

Día a día, piedra a piedra,

construye tu secreto lentamente.

Día a día, tú también crecerás.

Tú conocerás la gloria del cielo.

Si tú quieres que tu sueño se realice,

constrúyelo despacio y seguro.

Pequeños comienzos, grandes finales.

Los trabajos sentidos crecen lentamente.

Si tú quieres vivir en libertad,

tómate tu tiempo y camina lentamente.

Ya sabes, aunque nadie aprende en cabeza ajena, tomate tu tiempo y camina lentamente. Para cerrar quiero invitarte a hacerte las siguientes preguntas: ¿Cómo sientes que ha sido tu caminar últimamente? ¿Te has puesto a pensar cuáles son las cosas realmente importantes para ti? ¿Les estás dedicando el tiempo de calidad que merecen? ¿Cuántos paisajes, personas, circunstancias y momentos no has disfrutado por no detenerte? ¿Qué harás para que este 2017 tu caminar sea distinto y con mas sentido?

Puedes dejar tu comentario mas abajo. Sabes que los respondo todos.