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Esta afirmación es dura de entender. A mí me ha costado mucho asimilarla, por eso no me extrañaría si te sucede lo mismo. Hoy puedo decir que la manifestación más profunda de libertad está en la capacidad que tienes de tomar decisiones. Si no puedes decidir no eres libre, así de simple, aunque parezca muy complejo. Con este escrito pretendo explicar mejor esta paradoja.

¿Te consideras una persona libre? ¿Qué es la libertad? ¿Tomas las decisiones que te corresponde tomar? ¡Menudas preguntas!. Si buscamos una respuesta superficial y rápida diríamos que sí, en efecto somos libres y tomamos decisiones. Pero, si nos detenemos un poco más, nos observamos por un tiempo y somos sinceros, veremos la cantidad de decisiones que no tomamos y situaciones que postergamos por no decidir en el momento oportuno. En este instante ¿eres libre?

La toma de decisiones es una competencia que impide ascender y evolucionar a muchas personas en lo gerencial y profesional, pero también en lo personal. Tomar decisiones es un ejercicio que forma parte de nuestra vida cotidiana y está relacionado con la posibilidad de obtener buenos resultados y dar forma a la vida que esperamos vivir.

Con el tiempo entendí por qué es tan difícil. Si nos remitimos al origen etimológico de la palabra “decidir”, descubrimos que tiene relación con “escindir” que significa “cortar”. Por lo tanto, está asociada a la idea de corte, de hecho, cuando elegimos ante una serie de alternativas, hay cosas que debemos dejar de lado. Tomar una decisión implica hacer un CORTE y decir NO a algo y SÍ a otra.

Y todos sabemos lo difícil que resulta decir SÍ y a veces más difícil decir NO. Sea lo que elijas tiene consecuencias que debes encarar… y, si no lo haces, no eres libre. Terminas siendo preso de las situaciones que no enfrentas por no decidir.

Una de las claves para tomar decisiones, es saber y tener claro cuál es el resultado que queremos obtener, si está alineado a la vida que anhelamos, y tener una visión precisa de ella. Una vez tengamos esta claridad, podemos decir SÍ a lo que nos acerque a nuestra visión y NO a lo que nos aleje de ella.

Cuando me encontraba escribiendo mi segundo libro “No más Jefes, por favor” realicé una investigación con más de 3.000 encuestas aplicadas a profesionales que asistían a mis cursos. Una de las preguntas decía: “Para ascender a un nivel superior dentro de sus niveles gerenciales, ¿cuál cree que es su mayor obstáculo?” Aproximadamente, el 58% de los encuestados contestó que tomar decisiones era lo que más les costaba.

Ante esa cifra espeluznante, 58% de las personas no se sentían preparadas para tomar decisiones, me propuse revisarme y revisar como estaba educando yo a mis hijos.

Recuerdo que una vez le hice un regalo algo costoso a mi hija Victoria cuando tenía unos 11 años de edad. Era un reloj que afortunadamente no le gustó. Le parecía de “vieja”, es decir, no era de los que estaba de moda. Digo afortunadamente, por lo que sucedió después.

Victoria y yo tomamos el reloj y nos fuimos juntos a cambiarlo por alguno que a ella le gustara. Nos dirigimos a la tienda y al entrar habían muchos, pero muchos relojes, diría que cientos.

Victoria me mira como pidiendo auxilio. Enseguida le digo que escoja el que quiera siempre que no pase del precio que costó el que tenía en sus manos (1.000 pesos, por ejemplo). Ella se puso a verlos todos, caminaba y caminaba, y seguía con esa mirada donde me pedía ayuda. La pobre no sabía qué hacer. En algún momento le dije: Que tal si le preguntamos a la vendedora que te muestre todos los que son de dama. Así se reducen las posibilidades. Luego, por qué no le preguntas dónde están los que cuestan menos de 1.000 pesos. Así el universo de relojes se iba reduciendo. Luego le pregunto, ¿qué otro criterio puedes usar para reducir las posibilidades? Ella me dice: los de jovencita. ¡Excelente!. Así su decisión se redujo a unos 30 relojes entre modelos y colores.

Para no hacer el cuento muy largo, Victoria estaba algo molesta conmigo porque yo no decidía por ella. Tenía al frente varios relojes, todos hermosos a su gusto, los quería todos, no podía tomar uno y dejar otros. Al final optó por dos relojes más económicos que sumando su valor no pasaban de los 1.000 pesos. Reconozco que ella sufrió. Yo también puesto que estaba tentado a inducir su elección para que saliéramos rápido de esa situación incómoda. Pero no. Me aguanté. Me recordé de los profesionales que no saben tomar decisiones. Ella tenía que decidir y yo evitar anularla.

Victoria decidió a final cuando le dije que los relojes que eligiera no los podría volver a cambiar y que se imaginara usándolos. Que la decisión que tomara tenía que agradarle después. Que no se apurara, que era preferible que tomara el tiempo necesario. Nadie nos estaba presionando. Salió con sus dos relojes, y puedo decir que los usó por mucho tiempo. Hoy día Victoria sabe que cuando uno se enfrenta ante una gama de posibilidades es necesario que tome una decisión y sea la que sea, debe asumir las consecuencias de lo que finalmente elige.

No sólo fue una lección para Victoria, lo fue también para mí. Los padres siempre estamos muy apurados y decidimos casi todo por ellos, hasta la ropa que deben usar, que comer, que jugar, que decir… etc.

Con ese apuro cotidiano veo que anulamos poco a poco su capacidad de decidir. Observándome, me di cuenta que, generalmente, cuando le preguntaba a mi hija a dónde quería ir a comer o qué ropa se iba a poner, ella me pedía que yo decidiera, “lo que tú quieras”, decía. Si bien eso hubiera simplificado las cosas, la situación me asustó porque Victoria no estaba decidiendo en casi nada. Su papá decidía y su mamá no se quedaba atrás.

Entonces, comencé a preguntarme qué pasaría si ella en vez de ejercer su poder de decisión, lo dejara en manos de otra persona. O, peor aún, cuando sea más grande y tenga novio… No me gustó para nada pensar lo que puede pasar si ella en un futuro deja sus decisiones en manos de otro. Desde ese momento, cada vez que se presenta una oportunidad ponía a Victoria a ejercitar su poder de decisión, y a asumir las consecuencias de esas desiciones.

Esta anécdota apenas sirve para ilustrar lo complejo del tema pero sobre todo, me mostró a mí, a partir de esta situación, la cantidad situaciones inaceptables que estaban siendo postergadas en mi vida. Decisiones que no había tomado para no enfrentar las consecuencias y hacerme cargo de lo que surgiera.

Para algunos, ser libres es no estar presos en una cárcel. En ese caso puedes estar privado de libertad de tránsito pero siempre tienes la posibilidad de decidir cómo vivirlo. Tal como lo vivió un personaje muy conocido Nelson Mandela, que a pesar de estar por muchos años detrás de unos barrotes, él se sentía libre, porque podía decidir la actitud a tomar ante su circunstancia. Y así lo explicaba: “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Desde mi punto de vista ¡esto es libertad!

Para reforzar esta idea me apoyo en el sicólogo Victor Frankl, sobreviviente de los campos de concentración nazi de la segunda guerra mundial. Él decía que “la última de nuestras libertades humanas es decidir cuál será nuestra actitud en cualquier circunstancia”.

¿Cómo estás viviendo tu vida hoy, tú tomas las riendas y las decisiones de tu vida u otros lo hacen por ti? ¿Tienes clara tu visión de vida? Si no la tienes clara ¿Te estás ocupando en buscarla?, ¿Decides la actitud que tienes ante una situación o dejas que la situación se apodere de tu actitud?.

Para enfrentar el entrante 2014, ¿qué decisiones vas a tomar?

Déjame tus comentarios, sabes que los contesto todos.