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Estoy fastidiado en un vuelo que me lleva de Atlanta a New York y en eso me hago la pregunta recurrente: ¿Cuál es el mejor uso de mi tiempo ahora? Y sin dudarlo, saltó a mi mente escribir este artículo que vengo reflexionando desde hace días.

Comienzo haciendo algunas precisiones: Una, mi identidad sexual la tengo muy clara. Dos, debo confesar que históricamente me he considerado homofóbico aunque puedo respetar las elecciones de cada quien. Tres, acepto mi condición humana de no ser perfecto y me agrada «pillarme» en mis incongruencias. Por último, reconozco que tengo mucho que seguir aprendiendo y desafiarme a mí mismo.

Lo que les voy a relatar me sucedió recientemente en uno de mis viajes. Resulta que por mi agenda no siempre puedo ir donde Lucía quien me corta y arregla el cabello como me gusta. De vez en cuando debo correr el riesgo de ponerme en manos de desconocidos. Así conocí a Gustavo, un estilista muy bueno y reconocido que me recomendó mi colega Elizabeth. Me alertó que era gay pero muy serio. Fui y quedé muy satisfecho con su trabajo y con su asistente quien me conocía por internet (una fan que me sorprendió al reconocerme).

En un posterior viaje decido ir de nuevo donde Gustavo. Él me cortaría después que la chica me lavara el cabello. Al menos eso esperaba yo.

Mi sorpresa es que cuando llego al local me tropiezo con un transformista, es decir, un hombre transformado, o al menos queriendo, en mujer. Un hombre con el pelo largo lleno de clinejas postizas, uñas largas pintadas de rosado, maquillado, cejas sacadas y tatuadas, vestido de mujer con pequeños senos y nalgas inyectadas. Además, y aquí no peco de exagerado, muy feo. (Entiendo bien que la belleza es relativa y remite a quien la observa. Pero también es cierto que hay bellezas universales como «feuras» universales… Este tipo era feo allí y donde sea).

Saludo a Gustavo y a la chica y les digo que esperaré afuera para ser atendido, mientras esperaba que el personaje desapareciera en cualquier momento. Debo reconocer y aceptar que me generó mucha repulsión en el momento. Tanta, que pensé en retirarme del lugar… obviamente no lo hice.

 Me senté a esperar y mientras pensé sobre mi experiencia interna. Lo importante no era el personaje sino lo que el personaje generaba en mí. En ese momento me pregunté: ¿Quién soy yo y qué es lo que estoy valorando. Qué viene este señor a mostrarme con la molestia que siento? ¿Es verdad que yo respeto al Ser Humano o es solo un discurso que aplica a quienes se parecen a mi?

El hecho es que pasan unos minutos en los que me pierdo en mis pensamientos. Trato de justificarme y decirme que cada quien elige la vida que quiere. Que él es un Ser Humano hijo de Dios y que nadie tiene el derecho de… bla, bla, bla… cuando de repente siento que una voz tímida me llama. Al voltear veo al personaje que se está dirigiendo a mí. Creo no haber podido ocultar mi cara de asombro y mis intentos de ignorarlo. El sujeto insistía con voz baja hasta que llamó por completo mi atención, ni modo, tenía que enfrentarlo.

El sujeto me indica que es mi turno y que puedo pasar…. «¿Pasar a donde?, ¡Yo me voy!», pensé rápidamente. Afortunadamente retomé mis recientes y fugaces reflexiones hechas minutos atrás. Déjame ver que hay guardado aquí para mi, así que seguí sus instrucciones. Al entrar, esperaba que la chica estuviera dispuesta a lavarme el cabello como la última vez. Pues no, estaba ocupada con un cliente. Sigo hacia donde lavan el cabello y me siento. ¡Yo quería salir corriendo! Era ya evidente que quien me lavaría el cabello era «Princesa» (así escuche que la nombraban).

Tragué grueso y cerré los ojos para no mirar… No mirarlo. Me venían a la mente antiguos mensajes y rostros de personas que de verme allí en esa situación se molestarían y burlarían de mí. Ya estaba sentado, no había vuelta atrás.

Sigo con mis ojos cerrados y siento como me lava el cabello en silencio y con cuidado. Yo sigo con mis pensamientos encontrados. Una lucha interna entre rechazo y aceptación. En eso me viene a la mente una vieja cita que menciono con frecuencia: «lo más duro de la vida del pobre no es la ausencia de bienes y recursos sino el tener que soportar el desprecio de los demás por ser pobre». Era cierto. Además, yo lo estaba haciendo con él.

Decidí abrir los ojos y asumir por completo lo que estaba viviendo. Decidí superarme a mí mismo y practicar el respeto. Decidí dignificar al Ser Humano que estaba a mi lado atendiéndome gentilmente. Decidí entender que sus preferencias son legítimas pues son de él. Decidí empatizar con su permanente dolor y rechazo. Decidí abrir los ojos y ver al valiente que estaba asumiendo su vida.

No intercambié palabras, sólo le di las gracias acompañada de una «seria y masculina» sonrisa. Enseguida Gustavo me cortó el cabello tan impecable como la última vez. Me retiré.

Han pasado unos días y dos mensajes centrales he sacado de esta experiencia, no he dejado de masajear estas ideas para compartirlas contigo.

La primera idea, «toda persona es Sagrada»: toda persona es obra de la creación, hijo de Dios. Yo no soy nadie para juzgar al que es diferente a mí. Toda persona es sagrada por lo tanto merece ser respetada y dignificada. Habla muy mal de mí si sólo acepto al que es similar a mí. Es muy fácil ser amigable con el que me es simpático, el desafío es serlo también con el «antipático» o diferente. La sola condición humana así lo ordena.

 La segunda idea: definitivamente una cosa es lo que pasa y otra es lo que yo hago con lo que pasa. Aprecio cada vez más tomar distancia de las cosas que me suceden y dejar de acusarlas de lo que generan en mí. Una cosa es lo que pasa y otra es lo que me pasa a mí con la situación. Aprecio haberme superado a mí mismo. Aprecio a la Princesa que vino a mostrarme mis miserias y oportunidades de evolucionar hacia una mayor congruencia en mi vida.

No es que ahora me voy a dedicar a luchar por los derechos de los gays y voy a hacerme amigos de… No es que ahora voy a ser permisivo y tolerante con lo que me desagrada… NO… De lo que se trata ahora es de «pillarme» la cantidad de veces que ando descalificando al diferente. Este señor, o esta dama, vino a mostrarme de manera exagerada como soy en mi cotidianidad de manera sutil.

No puedo liderar nada ni a nadie si no tengo la firme claridad del legítimo derecho que tiene el otro de ser otro. De tener sus ideas que merecen ser escuchadas por mí. De tener habilidades que merecen ser puestas en acción con mi apoyo. De tener talentos que, aunque no sean lo que yo espero, son suyos y deben ser vividos.

Toda persona es Sagrada amigo mío, Sagrada!!! Trátala como tal y pasarán cosas maravillosas en ellas y en ti. Obsérvate y píllate, yo haré lo mismo.

Desde aquí, desde un avión pronto a aterrizar en New York, un saludo a la Princesa. Esté donde esté. Pero tú y yo si estamos aquí y podemos intercambiar ideas.

Déjame tu comentario, sabes que los respondo todos.